El negocio de la felicidad
Durante este año tuve el placer de conocer a Peter Fonagy, psicoanalista coordinador de investigación en el Anna Freud Centre de Londres y catedrático de UCL (University College London). Lo conocí durante un seminario que dirigió en el Museo Sigmound Frued a propósito del análisis contemporáneo de uno de los conceptos más relevantes y antiguos del psicoanálisis: el principio del placer. Fonagy retoma la obra de Freud para analizarla a partir de un cuestionamiento muy recurrente en la cultura occidental actual; él pretende interpretar las posibilidades psicológicas y lingüísticas detrás de aquellas cosas que aparentemente queremos (the things we might want). Su interpretación parte desde una pregunta contraria, pero sumergida en la misma lógica del deseo: ¿Por qué hacemos que ciertas cosas sean prohibidas? ¿Acaso las leyes en sí mismas acarrean un deseo natural por romperlas? ¿Cómo podríamos los seres humanos permitirnos vivir de acuerdo a aquello que de hecho nos da placer, en lugar de aquello que supuestamente nos debe gustar o aquello para lo que somos buenos? La tesis de Fonagy en esta exposición sugiere que el ser humano post post moderno sufre de ansiedad y presión al considerar lo que es la felicidad. Para él, el ser humano tiene poca libertad para descubrir qué cosas lo hacen feliz y qué cosas le traen placer.
Fonagy es un experto en las obras de Freud y de otros grandes psicoanalistas como Donald Winnicott, a quienes cataloga como aquellas mentes brillantes que han fracasado en su intento por definir la cordura. En su intervención menciona el deseo por desear como la paradoja fundante, tanto de la obra de Freud como de la filosofía budista, y lo resume de manera jocosa con un ejemplo que se ha impregnado en mi memoria como terapeuta de varios adolescentes: “si quieren saber sobre desobediencia, hablen con un adolescente, quizá aprendan algo sobre la naturaleza real del deseo… es tan interesante vivir una sociedad con tanta gente que secretamente desea ser un adolescente, de preferencia uno rico y atractivo”.
Estas palabras reflejan una realidad que no es difícil de evidenciar en nuestro país y con la cual tengo que trabajar tanto dentro de mi consultorio como al caminar por la calle, y es que gran parte de la población se encuentra decepcionada con la adultez. Muchos consideran el crecimiento como la perdida de juventud, como la toma de responsabilidades y el abandono de los placeres a cambio de una culpa que funda la devoción hacia la madurez, pero también hacia la perfección estética y material. La brecha entre lo que somos y lo que pretendemos ser se hace cada vez más grande, mientras que la brecha entre lo que pretendemos ser y lo que queremos ser se acorta. Si algo nos ha enseñado el psicoanálisis, es que la ansiedad es un producto natural y renovable que emerge de aquel espacio entre el sujeto y su imagen.
Decir que la pretensión de felicidad es más relevante que la búsqueda de placer puede no coincidir con el pensamiento de mucha gente, pues la presión para ser feliz es en gran medida una presión interna, la cual ha sido perversamente traducida en textos de autoayuda y guías rápidas para la felicidad. La idea de producir un diagrama o reglamento hacia un estado de felicidad y satisfacción inmediato es absurda y en extremo peligrosa. Y sin embargo, la palabra felicidad se reproduce en todas las esferas de la academia y la publicidad.
Un rápido camino por una librería local me señala algunos títulos que personalmente leí durante mis estudios universitarios y otros que destacan por su popularidad. Entre ellos se encuentran: Los secretos de la felicidad de Richard Schoch, En búsqueda de la felicidad de Darrin McMahon, y Felicidad, lecciones de una nueva ciencia de Richard Layard. Al repasarlos nuevamente, considero que estos libros constituyen un problema más que una solución. Me topo sin embargo con otro título controversial: Mapas de felicidad de Adam Phillips. No obstante al repasarlo encuentro una frase que llama mi atención:
“fantasías abrumantes de nuestra propia perfección nublan aún nuestras más simples ideas, Darwin y Freud coinciden al concluir que cualquier idea puede convertirse en una nueva excusa para el castigo. Las vidas dominadas por ideas imposibles, honestidad completa, conocimiento absoluto, felicidad perfecta, amor eterno, son experimentadas como continuos fracasos”.
Estas palabras me remiten a pensar en la demanda cultural, en la ilusión de completud. No se espera que seamos felices, se demanda que lo seamos, y de la manera correcta. Se nos pide que sacrifiquemos nuestra infelicidad y la crítica de los valores que supuestamente debemos defender. La depresión está prohibida, sin importar las circunstancias, y se ha vuelto el enemigo a vencer. Pero, eliminar la depresión parece un objetivo muy positivo y hasta heroico. Millones de dólares son dedicados anualmente al desarrollo de medicamentos que combatan este mal, y sin embargo la incidencia de esta condición parece únicamente incrementar. Phillips parece dar una explicación muy sencilla a esta paradoja, al aclarar que la razón para que exista tanta gente deprimida, es porque la vida es deprimente para mucha gente. Para él no hay misterio.
Los títulos mencionados anteriormente presentan una argumentación contraria, donde la felicidad parece ser una opción que muchos prefieren ignorar por voluntad propia. De esta argumentación, es posible extraer dos escenarios: o existe gente débil que se deja llevar por los problemas, o la ciencia tiene que ponerse al día y crear un medicamento que libere al mundo de este mal definitivamente. El mantra parece ser: La vida es grandiosa y sencilla, solo decide ser feliz. Mis años de trabajo en el consultorio me llevan a afirmar con toda seguridad que la condición humana es mucho más compleja.
No pretendo con esto desacreditar el efecto que estos libros han podido tener en muchos de sus lectores, sin embargo creo que ante la necesidad de una solución afectiva y efectiva, estos libros aparentan ser un recurso más legítimo y menos nocivo de lo que realmente son. Considero que quien lea su contenido con razonable atención, eventualmente llegara a la conclusión de que no existen soluciones rápidas y que la felicidad es el mejor ideal moral.
El tema de la felicidad es uno de los más bizarros y complejos dentro de la psicología, ya que nos remite al deseo humano. Coincidamos en que no somos maquinas producto de un proceso evolutivo, sino animales en constante evolución y supervivencia, y que producto de este proceso hemos adquirido un inconsciente alógico (no se confunda con ilógico) y paradójico, tanto o más como nuestra sociedad. La psicología evolutiva sugiere que el ser humano tiende a adaptarse en un lugar seguro donde pueda procrear y ser feliz. No obstante, el psicoanálisis sugiere que hay algo más allá en cuanto al deseo humano. Sugiere que hay una parte de nosotros que odia aquello que aparentemente amamos; una parte que desea y pretende nuestro fracaso. Hay algo interesante respecto al ser humano: es recalcitrante hacia lo que supuestamente es su proyecto. Esto supone desde el punto de vista biológico y naturalista, un error de diseño en nuestra especie; una paradoja que es fácilmente apreciada por la psicología al describir al deseo humano como impredecible e insaciable. Uno no puede sino inferir una apreciación irónica de que la psique humana no es sino lo mejor que la gente cuerda puede concebir y manejar. Lo mismo parece ocurrir con la felicidad.
Freud propuso qué aquello que nos impulsa hacia continuar con nuestras vidas es la dinámica entre el deseo y la pulsión, es decir, el apetito o las ganas de adquisición, lo que Lacan llamara la búsqueda del objeto perdido. Esta búsqueda puede sin embargo, involucrar un deseo de frustrarse uno mismo, un auto sabotaje que tiene la finalidad de mantener el deseo insatisfecho y que por ende consiga movilizando; en pocas palabras, aquel que no posee lo que desea, tiene una razón para vivir.
Ante esta lógica, el consumismo capitalista pretende ofrecernos opciones para ser felices y estar completos, privándonos de aquella búsqueda personal. La publicidad y los medios limitan nuestra capacidad de soñar, nos ofrecen fantasías y escenarios de felicidad; en lugar de generar nuestras propias fantasías, las industrias las crean por nosotros. Pero ¿por qué hacemos esto? ¿y por qué permitimos que se vacié la imaginación? Pues Fonagy parece proponer que esta es una opción más sencilla a la alternativa, la cual supone trabajar para descubrir cuál es nuestro propio deseo. Responder a ¿qué es lo que realmente queremos? es una tarea complicada e intimidante. Es por esto que cedemos al consumismo y a gratificaciones pasajeras, hasta que se vuelve imposible seguir soportando y terminamos pidiendo una cita al psicólogo.
Puede que mi escepticismo respecto al deseo del ser humano por ser feliz parezca sínico o impopular, después de todo, vivimos en un país donde nos jactamos de ser las personas más felices del mundo, y donde la depresión es tan costosa en términos económicos y sociales debido a los estigmas y tabúes alrededor de esta condición. De inmediato hallamos soluciones simples, medicamentos, libros de autoayuda, los mapas de la felicidad antes mencionados. Si hay algo que cualquier profesional de la salud mental con parámetros éticos puede dar fe, es que para un proceso psicológico exitoso, en algún momento será necesario reconocer que vivir acarrea dificultades reales. La depresión es una condición que surge a partir de circunstancias reales, no a través de magia, y de la misma forma la cura no vendrá por medio de facilismos ni hechizos. La mente humana es misteriosa, pero no es mágica.
Es necesario comprender y aceptar que el sufrimiento humano no es indispensable, simplemente es inevitable. En este contexto la ciencia de la psicoterapia apunta hacia ayudar a la gente a ajustar sus expectativas a un mundo que no está ajustado para nuestro propósito. No existe cura para las malas experiencias, pero existe ayuda para lidiar con aquello que acarrean. En un mundo que nos exige estar siempre sonrientes, siempre en compañía, comiendo lo que deseamos pero manteniéndonos en forma, teniendo mucho sexo y ganando mucho dinero, en este mundo es necesario permitirnos articular también nuestras miserias, culpas y dudas. Es necesario un lugar donde admitir y elaborar nuestras penas y vulnerabilidades, para poder salir y encarar un mundo que no admite sino la completa invulnerabilidad, independencia, fortaleza y perfección.
Fabrizio Ramírez
fabrizioramirez@imagopsicologia.com